Estas dos piezas dibujan un retrato de los rostros múltiples pero intercambiables de la opresión, en un continuo donde el colonialismo, el racismo, el machismo o la explotación animal funcionan según la misma lógica perversa: la de «determinar lo superior y lo inferior» y permitir que lo primero se imponga con violencia a lo segundo. Una lógica a la que Andras se opone rescatando realidades históricas.