En 1881, sin hablar una palabra de inglés, el arquitecto valenciano Rafael Guastavino viaja a Nueva York con intención de patentar allí la técnica medieval de la bóveda tabicada. Pero ese viaje es algo más que la enésima versión del «sueño americano». Guastavino es la demostración de hasta qué punto una identidad arquitectónica nacional puede nacer de un modo completamente aleatorio e inesperado.